Muchas veces nos encontramos en interminables debates sobre qué cosas son pecado y qué no, y es muy probable que en la mayoría de esas veces hayamos quedado en la nada, o hasta incluso, pudimos haber salido heridos de esas discusiones.
Uno de los errores que comúnmente cometemos, es querer apoyar una idea o refutarla, sin tener el sustento bíblico sólido para tal fin; Generalmente nos basamos en lo que "creemos que esta bien o mal" de acuerdo a nuestras propias percepciones. ¿no dice a palabra de Dios que no podemos interpretarla de manera personal? (2 Pedro 1:20)
¿acaso la biblia no es suficiente para regir nuestras costumbres y conductas? Muchas veces pareciera ser que no, pero esto dista de ser verdad. Si tan solo nos tomáramos el tiempo de estudiarla cada día, sometiéndonos a la voluntad divina y dejando de lado cualquier pre concepto o idea preconcebida, muchas de las preguntas que nos podemos llegar a hacer sobre, que cosas son pecado y que no, ya estarían resueltas o por lo menos estaríamos en el camino de la comprensión gradual.
A raíz de esto y con el fin de arrojar mas luz sobre el tema, la iglesia Adventista ha conformado una comisión de lideres de ocho países sudamericanos, tomando un voto al final de 2012, y han lanzado un documento oficial titulado "Estilo de vida y conducta cristiana". Se trata de un material que reúne en un solo lugar varias declaraciones que reflejan el pensamiento adventista sobre el asunto. Como el propio documento dice: “Las recomendaciones presentadas en este documento no deben ser usadas como elemento de crítica o juicio de otros, sino como apoyo para la vida personal”.
Los temas abordados son:
1. Vida de santificación
2. Crecimiento espiritual
3. Pureza moral
4. Recreación y medios de comunicación
5. Vestimenta
6. Joyas y adornos
7. Sexualidad humana
8. Salud
Encabezado e introducción:
Walter. D. C. Cusolito
Departamento de comunicaciones IASD
(Campo Grande centro)
¿En qué consiste este documento? y ¿Cuál es el propósito?
El objetivo es reafirmar la creencia bíblica definida por la
Iglesia Adventistas del Séptimo Día en relación al comportamiento de un
cristiano delante de diferentes situaciones de su vida cotidiana como
recreación, medios de comunicación, vestuario, sexualidad, joyas, ornamentos y
salud.
La idea del documento no es reemplazar a la Biblia ni crear
nuevas normas. La intención fue resumir, en un lenguaje más claro, simple y
objetivo lo que Dios estableció en Su Palabra sobre esos temas en el contexto
de la misericordia y de la gracia cristiana.
Se trata de un material que reúne en un solo lugar varias
declaraciones que reflejan el pensamiento adventista sobre el asunto. Como el
propio documento dice: “Las recomendaciones presentadas en este documento no
deben ser usadas como elemento de crítica o juicio de otros, sino como apoyo
para la vida personal”.
A continuación sigue el documento completo:
Introducción
La Iglesia Adventista del Séptimo Día, reconoce la
importancia del sacrificio de Cristo en la cruz como precio pagado por nuestra
salvación. Dios, en su infinito amor por el mundo, “…que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Juan 3:16). Él “…muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8), y nos invita a aceptar ese
sacrificio de amor, a entregarle completamente la vida y a nacer de nuevo en
Cristo (Juan 3:3-15). La persona que pasó por esta experiencia con Jesús debe
ahora andar en “novedad de vida”, entregándole todo su ser y todos los aspectos
de su vida (Rom. 6:1-11). “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura
es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
Una vida renovada lleva al cristiano a un alto patrón de
comportamiento a través de un estilo de vida que glorifique a Dios, y que
evidencie públicamente la fe y el compromiso que tiene con Cristo Jesús. Dos
enseñanzas bíblicas fundamentan la importancia del estilo de vida para el
cristiano adventista: 1) La restauración de la imagen de Dios en el ser humano;
y 2) la misión profética específica de la Iglesia Adventista en el fin de los
tiempos.
La restauración de la imagen de Dios. De acuerdo con las
Escrituras, el ser humano fue creado a “imagen y semejanza” de Dios (Gén. 1:26,
27). Esta realidad fue manchada por el pecado (Gén. 3). Desde la caída, en
tanto, Dios ha trabajado por la restauración plena de esta imagen en el ser
humano (Rom. 8:29; 1 Cor. 15:49; 2 Cor. 3:18; Efe. 4:22-24; Col. 3:8-10) a
través de la redención en Cristo Jesús, y de la actuación del Espíritu Santo en
la vida y la mente de aquellos que responden positivamente a su invitación a la
salvación (Juan 1:12, 13; 3:3-16).
En este proceso de restauración, Dios llama a sus hijos a un
reavivamiento y reforma a través del compromiso con la santidad. “Seréis
santos, porque yo soy santo” (Lev. 11:44, 45; 19:2; 20:26); “Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”
(Mat. 5:48). Estas exhortaciones bíblicas son muchas veces malinterpretadas y
usadas como base de un legalismo exigente y frío, comúnmente denominado
perfeccionismo. Por otro lado, en el Sermón del Monte (Mat. 5:43-48), Cristo
dejó en claro que “ser santo” y “ser perfecto” como Dios es ser un canal divino
de su gracia, su amor y su bondad hacia los seres humanos. El cristiano se
convierte en un canal de Dios al amar sinceramente a todas las personas con las
que se relaciona, orando por ellas y ayudándolas, aun cuando sean sus enemigos
o sus perseguidores. El cristiano es llamado a imitar a Dios en todos los
aspectos de su vida (1 Ped. 1:13-16).
Para que esto sea posible, Dios concede a sus hijos el
Espíritu Santo, el Consolador, que opera en la mente y corazón de los seres
humanos, lo que incluye cultivar los atributos internos (amor, bondad,
compasión, justicia, verdad, pureza, honestidad, responsabilidad, altruismo,
etc.) y los externos (modestia, decencia, temperancia, buenas obras, etc.).
Esos atributos representan la restauración del carácter divino evidenciado por
el fruto del Espíritu en la vida de los hijos de Dios (Rom. 12:1-13:14; Gál.
5:16-26; Efe. 4:17-5:21; Col. 3:1-17; 1 Tes. 4:1-12; 1 Tim. 2:8-3:13).
La misión profética de la Iglesia Adventista. La segunda
enseñanza bíblica que recalca la importancia de un estilo de vida consagrado a
Dios es la misión específica de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Desde
sus inicios, los adventistas del séptimo día se consideran un movimiento
profético, con la misión especial de preparar a un pueblo para la segunda
venida de Jesús. Ese movimiento fue profetizado de distintas maneras: en Isaías
40:1 al 5, como la “voz que clama en el desierto”, preparando el camino del
Señor; en Isaías 58:12, como “reparador de portillos, restaurador de calzadas
para habitar”, que restablecería las verdades bíblicas olvidadas, entre las
cuales se encuentra la santificación del sábado; en Malaquías 4:4 al 6, como el
Elías que precedería a la venida del Mesías. Su cumplimiento fue predicho en
Apocalipsis 14:6 al 12, con el triple mensaje angélico predicado en los últimos
días de la historia humana por los “santos, los que guardan los mandamientos de
Dios y la fe de Jesús”.
La misión de la Iglesia Adventista es la misma que la de
Juan el Bautista: preparar a un pueblo para la venida de Jesús, y ambos son
objeto de las profecías específicas de Isaías 40 y Malaquías 4. Juan el
Bautista es, por lo tanto, un modelo profético de la Iglesia Adventista, y se
le da un gran énfasis a su estilo de vida, especialmente en relación con la
comida, la bebida y la vestimenta (Mat. 3:4; Mar. 1:6; Luc. 1:15). Eso
presupone que un estilo de vida específico, ordenado por Dios, es un aspecto
importante en el cumplimiento de la misión del mensajero profético que prepara
la venida del Señor.
Recomendaciones
Basados en esa percepción de las verdades bíblicas, la
División Sudamericana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día reafirma su
compromiso con un estilo de vida cristiano que represente su llamado y su
misión ante el mundo y que sea una respuesta de corazón a la gracia y al amor
de Dios. Y, con el propósito de aconsejar e incentivar a sus miembros a crecer
en la fe, a profundizar su experiencia con Dios y a avanzar en el cumplimiento
de la misión evangélica, recomendamos lo siguiente:
1. Vida de santificación
El cristiano es llamado a consagrar a Dios todos los
aspectos de su vida. Como está escrito: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro
entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os
traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os
conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino,
como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped.
1:13-16).
Al hacer la voluntad del Maestro, “debemos llegar al punto
de reconocer plenamente el poder y la autoridad de la Palabra de Dios, ya sea
que concuerde o no con nuestras opiniones preconcebidas. Tenemos un libro-guía
perfecto. El Señor nos habló a nosotros; y, sean cuales fueren las
consecuencias, debemos recibir su Palabra y practicarla en la vida diaria. De
otro modo, estaremos escogiendo nuestra propia versión del deber y haciendo
exactamente lo opuesto de lo que nuestro Padre celestial nos mandó realizar”
(Elena de White, Manuscrito 148, 1902).
2. Crecimiento espiritual
La santificación implica un continuo proceso de crecimiento
espiritual por la gracia de Dios en Jesús, a través de la comunión personal con
él por el estudio de la Biblia, por la práctica de la oración y por el
testimonio personal. El objetivo es llegar “a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura
de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por
doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para
engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la
verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”
(Efe. 4:13-15).
“Muchos tienen la idea de que deben hacer alguna parte de la
obra solos. Ya han confiado en Cristo para el perdón de sus pecados, pero ahora
procuran vivir rectamente por sus propios esfuerzos. Mas tales esfuerzos se
desvanecerán. Jesús dice: ‘Porque separados de mí nada podéis hacer’. Nuestro
crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad, todo depende de
nuestra unión con Cristo. Solamente estando en comunión con él diariamente, a
cada hora permaneciendo en él, es como hemos de crecer en la gracia” (Elena de
White, El camino a Cristo, p. 68).
3. Pureza moral
Todo hijo e hija de Dios debe conservar puros el corazón y
la mente (Sal. 24:3, 4; 51:10), siguiendo el modelo de Cristo: “Y todo aquel
que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1
Juan 3:3).
El cristiano debe evitar y rechazar todo lo que pueda
contaminar su mente y su vida, llevándolo a pecar. Dos exhortaciones de Pablo
sirven para guiar las decisiones del cristiano: “Si, pues, coméis o bebéis, o
hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31); “Por lo
demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo
lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna,
si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).
4. Recreación y medios de comunicación
Siguiendo el principio de la pureza moral, el cristiano debe
evitar libros y revistas, programas de radio, televisión, Internet o cualquier
otro tipo de medio, juegos o equipamientos modernos cuyo contenido pueda
contaminar su mente y su corazón. Se debe evitar todo lo que induzca al mal y
promueva violencia, deshonestidad, falta de respeto, adulterio, pornografía,
vicios de toda clase, incredulidad, uso de palabras groseras o lenguaje
obsceno, entre otras cosas. El cristiano no puede conformarse a los valores
comunes de un mundo profundamente corrompido por el pecado, sino que debe ser
transformado por el Espíritu, renovando su mente a fin de experimentar “la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2; ver también 1 Juan
2:15-17).
Ciertos lugares públicos de diversión tales como estadios
deportivos, teatros y cines, en su programación habitual, son inapropiados para
el cristiano adventista. Varios factores contribuyen para esa evaluación
negativa por parte de la iglesia:
la falta de control sobre el contenido que es presentado o
el evento que está ocurriendo;
la psicología de masa, que muchas veces lleva a uno a seguir
en una dirección que de otro modo no lo haría;
el hecho de que todo el ambiente sea planeado para potenciar
el impacto sobre el individuo y su mente, facilitando la aceptación,
generalmente imperceptible, de ideas y valores contrarios a la fe cristiana;
el tiempo y los recursos financieros gastados en esas
diversiones, que podrían ser utilizados para otros fines más condecentes con la
fe y los propósitos de vida de un cristiano;
el testimonio negativo que la frecuentación a esos lugares
puede dejar en la mente de miembros y no miembros de la iglesia.
El consejo de Elena de White a los jóvenes acerca del
teatro, en su tiempo, resulta aún más pertinente hoy para todos los lugares de
diversión: “Entre los placeres más peligrosos, se encuentra el teatro. En vez
de ser una escuela de moralidad y virtud como a menudo se dice, es el foco
mismo de la inmoralidad. Estos entretenimientos fortalecen y confirman hábitos
viciosos y propensiones pecaminosas. Los cantos bajos, las expresiones, las
actitudes y los gestos impúdicos depravan la imaginación y rebajan las costumbres.
Todo joven que asista habitualmente a tales exhibiciones se corromperá en sus
principios. […]
“El amor por estas escenas aumenta con cada participación en
ellas así como el deseo de las bebidas intoxicantes se fortalece con su uso. La
única conducta segura es evitar el teatro, el circo, y cualquier otro lugar
dudoso de diversión” (Elena de White, Mensajes para los jóvenes, p. 380).
El baile y ambientes sociales como los locales bailables y
otros lugares nocturnos son contrarios al principio de la pureza cristiana,
dado que excitan las pasiones humanas, la lujuria y la seducción. El baile es
comúnmente acompañado por el uso de bebidas alcohólicas, de drogas, de
prácticas violentas y de un comportamiento desenfrenado. Su promoción y
práctica no armonizan con los principios cristianos adventistas, incluso en un
contexto particular, residencial, o en actividades espirituales y sociales
realizadas por la iglesia.
La recreación a través de la música, sea religiosa o no,
también debe pasar por los criterios bíblicos de la glorificación a Dios y la
calidad del material en cuestión. Una discusión detallada de este asunto tan
importante aparece en los documentos: “Filosofía adventista del séptimo día en
relación con la música” y “Orientaciones sobre la música para la Iglesia
Adventista del Séptimo Día en América del Sur”. Haga clic aquí para leer estos
documentos.
5. Vestimenta
La vestimenta cristiana es claramente orientada, en las
Escrituras, por el principio de la modestia y la belleza interior, que implican
el buen gusto con decoro. Los adventistas del séptimo día creen que los
principios acerca de la vestimenta que aparecen en 1 Timoteo 2:9 y 10, y 1
Pedro 3:3 y 4, en relación con las mujeres cristianas, se aplican tanto a
hombres como a mujeres. El cristiano debe vestirse con modestia, decencia, buen
gusto, evitando la sensualidad provocativa tan común de la moda, y sin
ostentación de “oro, ni perlas, ni vestidos costosos” (1 Tim. 2:9). Este
principio debe aplicarse no solo a las ropas, sino a todos los asuntos que
involucran la apariencia personal y sus adornos. Su vestimenta debe evidenciar
la riqueza del hombre “interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de
un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Ped.
3:4).
“Se juzga el carácter de una persona por el estilo de su
vestido. El gusto refinado y la mente cultivada se revelarán en la elección de
atavíos sencillos y apropiados […]. “Es justo amar la belleza y desearla; pero
Dios desea que primero amemos y busquemos la belleza superior, imperecedera.
Las producciones más descollantes del ingenio humano no poseen belleza alguna
que pueda compararse con la hermosura de carácter que a su vista es de ‘gran
precio’ ” (Elena de White, La educación, pp. 248, 249).
6. Joyas y adornos
Los principios bíblicos de la modestia y de la belleza
interior, que aparecen en 1 Timoteo 2:9 y 1 Pedro 3:3, dejan bien en claro que
el cristiano debe abstenerse del uso de joyas y de otros adornos, como
bijouterie y piercing, y de tatuajes (Lev. 19:28). Según la exhortación
bíblica, el cristiano debe llevar una vida simple, sin ostentación, evitar
gastos innecesarios y estar libre de todo espíritu de competencia tan común en
la sociedad. Estos principios se aplican a las joyas ornamentales. Las joyas
funcionales, usadas según el contexto sociocultural, también deben seguir los
mismos principios.
Para el cristiano, la autoestima y la valorización social
están fundamentadas en el hecho de que el ser humano ha sido creado a la imagen
de Dios (Gén. 1:26, 27); de que cada individuo ha sido dotado de dones y
talentos que le son únicos (Mat. 25:14-29); y, sobre todo, por haber sido
rescatado del pecado por el más alto precio posible en el universo, la preciosa
sangre de Cristo (1 Cor. 6:20). La búsqueda de autoestima y valorización social
por medio del uso de joyas u ornamentación externa entra en conflicto con la
profunda experiencia cristiana que Dios desea para sus hijos e hijas (1 Tim.
2:9, 10; 1 Ped. 3:3, 4).
Aunque varios personajes bíblicos han usado joyas, el texto
bíblico deja en claro que abandonar su uso caracteriza un movimiento de total
reavivamiento y reforma espiritual del pueblo de Dios (Gén. 35:2-4; Éxo. 33:5,
6). Y es en ese contexto de reforma y consagración que los apóstoles Pablo y
Pedro señalan la norma que debe ser seguida por los discípulos de Cristo. Para
los adventistas del séptimo día, esa norma debe ser aún más relevante, dado que
nuestra misión como el Elías profético en estos últimos tiempos significa
también simplicidad en la vestimenta (Mat. 11:7-10; Mar. 1:6; Luc. 7:24-27).
“El vestir en forma sencilla, absteniéndose de la ostentación de las joyas y
ornamentos de toda clase, está en consonancia con nuestra fe” (Elena de White,
Mensajes selectos, t. 3, p. 280).
7. Sexualidad humana
La sexualidad humana es presentada en la Biblia como parte
de la imagen de Dios en la humanidad (Gén. 1:27), y fue planificada por Dios
con el fin de ser una bendición para el género humano (Gén. 1:28). Desde el
principio, Dios estableció también el contexto en el que la sexualidad debe ser
utilizada: el matrimonio entre un hombre y una mujer (Gén. 2:18-25; Heb. 13:4).
La Biblia deja en claro que la sexualidad debe ser ejercida con respeto,
fidelidad, amor y consideración por las necesidades del cónyuge (Prov. 5:15-23;
Efe. 5:22-33). El adventista fiel debe evitar también el yugo desigual,
relacionándose afectivamente y uniéndose en matrimonio solamente con alguien
que comparta su fe (2 Cor. 6:14, 15).
Las Escrituras claramente clasifican como pecado las
diferentes formas de sexo fuera de las directrices divinas, como:
el sexo premarital y la violencia sexual (Deut. 22:13-21,
23-29);
el adulterio, o sexo extraconyugal (Éxo. 20:14; Lev. 18:20;
20:10; Deut. 22:22; 1 Tes. 4:3-7);
la prostitución, femenina o masculina (Lev. 19:29; Deut.
23:17);
la relación con personas de la misma familia o niños (Lev.
18:6-17; 20:11, 12, 14, 17, 19-21);
la relación entre personas del mismo sexo (Lev. 18:22; Lev.
20:13; Rom. 1:26, 27);
el travestismo (Deut. 22:5);
y la relación sexual con animales (Lev. 18:23; Lev. 20:15,
16).
Las Escrituras también condenan:
el acoso sexual (Gén. 39:7-9; 2 Sam. 13:11-13);
el exhibicionismo sensual (Eze. 16:16, 25; Prov. 7:10, 11);
mantener pensamientos y deseos impuros (Mat. 5:27, 28; Fil.
4:8);
la impureza y los vicios secretos, como la pornografía y la
masturbación (Eze. 16:15-17; 1 Cor. 6:18; Gál. 5:19; Efe. 4:19; 1 Tes. 4:7).
El argumento común de que muchos de esos comportamientos
sexuales no eran aceptados en la antigüedad, cuando la Biblia fue escrita, pero
que hoy son socialmente aceptados y, por lo tanto, pueden ser incluso
practicados por los cristianos, demuestra falta de conocimiento de la realidad
que había entre los pueblos vecinos del antiguo Israel. El mismo texto bíblico
es muy claro en esta cuestión. Levítico 18 dice que esas prácticas eran comunes
y aceptadas en Egipto y, más aún, en la tierra de Canaán (Lev. 18:3, 24, 25,
27). Dios condenó esas prácticas, a pesar de que eran aceptadas en la
antigüedad. Los israelitas debían vivir según otro modelo de comportamiento
sexual, es decir, lo que está explícito en los mandamientos de Dios (Lev. 18:4,
5, 26, 30).
Sin embargo, para aquellos que sufren tentaciones o que han
sucumbido en cualquier área del comportamiento sexual, la promesa de victoria
en Dios es animadora: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13);
“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los
ejércitos” (Zac. 4:6). “Quienes confían en Cristo no han de ser esclavos de
tendencias y hábitos hereditarios o adquiridos. En vez de quedar sujetos a la
naturaleza inferior, han de dominar sus apetitos y pasiones. Dios no deja que
peleemos contra el mal con nuestras fuerzas limitadas. Cualesquiera que sean
las tendencias al mal, que hayamos heredado o cultivado, podemos vencerlas
mediante la fuerza que Dios está pronto a darnos” (Elena de White, El
ministerio de curación, p. 131).
8. Salud
El cuerpo humano es el templo del Espíritu Santo y el
cristiano debe glorificar a Dios en su cuerpo (1 Cor. 3:16, 17; 6:19, 20;
10:31). El cuidado del cuerpo y de la salud forma parte de la restauración de
la imagen de Dios en el hombre: “Dios quiere que alcancemos el ideal de
perfección hecho posible para nosotros por el don de Cristo. Nos invita a que
escojamos el lado de la justicia, a ponernos en relación con los agentes
celestiales, a adoptar principios que restaurarán en nosotros la imagen divina.
En su Palabra escrita y en el gran libro de la naturaleza, ha revelado los
principios de la vida. Es tarea nuestra conocer estos principios y, por medio
de la obediencia, cooperar con Dios en restaurar la salud del cuerpo tanto como
la del alma” (Elena de White, El ministerio de curación, pp. 77, 78).
En su Palabra, Dios dio orientaciones claras acerca de la
comida (Gén. 1:29; 3:18; 7:2; 9:3, 4; Lev. 11:1-47; 17:10-15; Deut. 14:3-21) y
la bebida (Lev. 10:9; Núm. 6:3; Prov. 20:1; 21:17; 23:20, 29-35; Efe. 5:18). La
dieta vegetariana es el ideal de Dios para el ser humano (Gén. 1-3), y también
la abstinencia de cualquier tipo de bebida alcohólica y de todo lo que sea
perjudicial para la salud humana, como las bebidas con cafeína y las drogas
(Éxo. 20:13; 1 Cor. 3:17; 6:19; 10:31). Las cosas buenas que Dios creó para el
ser humano deben ser usadas con equilibrio y sabiduría (Prov. 25:16, 27). Las
cosas malas deben ser totalmente evitadas.
La alimentación adecuada y la abstinencia de todo lo que es
perjudicial para la salud son dos de los ocho remedios naturales que Dios
prescribió para sustentar una vida saludable y equilibrada, y para la cura de
muchas dolencias y sufrimiento: “El aire puro, el sol, la abstinencia, el
descanso, el ejercicio, un régimen alimenticio conveniente, el agua y la
confianza en el poder divino son los verdaderos remedios. Todos deberían
conocer los agentes que la naturaleza provee como remedios, y saber aplicarlos
[…].
“Los que perseveren en la obediencia a sus leyes encontrarán
recompensa en la salud del cuerpo y del espíritu” (Elena de White, El
ministerio de curación, p. 89).
Conclusión
Las recomendaciones presentadas en este documento son
consejos y orientaciones a ser seguidos con oración, como resultado de la
profunda relación personal con Dios, en la búsqueda de sus verdades y de su
presencia en la primera hora de cada día. Ellas no deben ser usadas como un
elemento de crítica o juicio de otros, si no como apoyo para la vida personal.
La Palabra de Dios y los consejos divinos que nos fueron
transmitidos por el ministerio profético de Elena de White nos exhortan, como
adventistas del séptimo día, a vivir un estilo de vida que sea una respuesta de
amor a la bondad, la gracia y el infinito amor de Dios por nosotros. El fruto
del Espíritu debe permear todas las dimensiones de nuestro vivir,
proporcionando equilibrio entre los aspectos interiores del ser y los
exteriores del hacer. El resultado de eso será nuestra propia felicidad y
bienestar, y el desarrollo de nuestra salvación en todos los aspectos deseados
por Dios. Y, por último, estaremos sentando una de las bases fundamentales para
el cumplimiento de nuestra misión profética, esperando en breve oír de los
labios del mismo Jesús: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel,
sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mat. 25:21).
Fuente: www.adventistas.org
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